22.9.05

Saltacadáveres

Le llamaban saltacadáveres... era un niño de aspecto desaliñado, delgaducho, y con ojos hundidos en su cadavérico rostro. Su piel era extremadamente pálida, según decía el doctor, debido a alguna enfermedad que afectaba a la pigmentación de las células superficiales. Rara vez pronunciaba alguna palabra, y a menudo, cuando la maestra le hacía alguna pregunta, él se quedaba mirando fíjamente al vacío, sin decir nada, ausente.

Quizás era su aspecto o su manera de comportarse lo que motivaba a los demás chicos a dejarlo al margen, unos por miedo, otros por mofa, y otros... porque simplemente no existía. Durante el recreo, mientras los demás niños jugaban, él se sentaba junto a la valla, observando la carretera y contaba coches clasificándolos por colores, o buscando extrañas casualidades numéricas entre las matrículas; o se encerraba en la biblioteca del centro y leía extrañas historias (para un chico de su edad); o se acurrucaba en su rincón favorito del pasillo, conversando entre susurros con alguna criatura imaginaria...

Por las tardes, cuando salía a la calle, sufría la misma suerte y se conformaba con ver a los demás niños jugando al potro. Le encantaba ese juego! Por eso cruzaba la verja de hierro del antiguo cementerio y corría saltando las lápidas una tras otra... hop, hop, hop!!! Aquellas piedras eran sus únicas compañeras de juego.

A la gente del pueblo no le gustaba que aquel estúpido chico hiciera aquello, y muy a menudo, Tono, el enterrador, tenía que asustarlo y amenazarlo para que el niño dejase de jugar entre los muertos.

Súbitamente, algunos niños del pueblo empezaron a enfermar, uno tras otro. Sudaban fiebres altísimas y su piel se volvía pálida como la nieve y sus miradas se perdían en la nada. Pasados unos días, mejoraban, pero el médico del lugar no encontraba una explicación a la enfermedad. Rápidamente se difundió el rumor de que saltacadáveres imaginaba la cara de alguno de los niños (que según ellos, él envidiaba horriblemente) mientras jugaba entre las lápidas, y por eso los pequeños enfermaban.

Hasta que llegó el fatídico día en que uno de los niños murió agotado y debilitado por las fiebres. Esa tarde no fue Tono quien se acercó al cementerio para expulsar al chico. Varios vecinos lo acorralaron, apedrearon y apalearon, hasta que el niño murió asustado, desangrado, y confundido, en lo que el pueblo consideró una justa venganza. Nadie reclamó a saltacadáveres, y aquella misma noche el enterrador le dio sepultura en esa tierra ingrata.

Los niños siguieron enfermando de fiebre, frío y palidez, hasta que algunas semanas después, las autoridades, tras una inspección sanitaria, descubrieron la raíz de la infección que afectaba sólo a los más jóvenes. Pocos fueron los que a pesar de todo sintieron lástima por el chico, saltacadáveres.

Todavía hoy, afirman, que las tardes de lluvia se puede escuchar el chapoteo de carreras y pequeños saltitos entre las lápidas del viejo y solitario cementerio...

(TEE7H1NG; 14/04/2005)

5 comentarios:

Mingorance dijo...

Me imagino esta historia, en blanco y negro y llena de silencios. Una historia de personajes de trapo, inexpresivos. Muy Tim Burton. Te importa que lo vea así?

pedro finch_ dijo...

Vaya, me ha encantado.
Habiendo leído antes el comentario de gabi esperaba un final 'feliz' (que le voy a hacer soy un ingénuo). Pero me ha gustado mucho, mucho.

Cuando el año pasado hicimos el braimstorming de ideas para cortos esta habría ganado de calle...

¿Te apuntarías a un corto, Oskitar? ;-)

qïp dijo...

El sobrino de la novia cadáver. Buena historia, Tee7h1ng.

Anónimo dijo...

illo loko, m ha gustao una jartá, deberías ampliarla un poco, porque se me ha hecho cortísima.
sólo hay un detalle que no me ha gustado, eso de "él se sentaba junto a la valla, observando la carretera y contaba coches clasificándolos por colores, o buscando extrañas casualidades numéricas entre las matrículas" pq yo de siempre lo he hecho jejeje pero como nunca he tenio cojones de saltar el potro pos no me he sentio identificao :P
no, en serio, me ha gustao mucho, ole tú!!

Anónimo dijo...

Muy buena, si señor