19.3.06

Y si el miedo...


Te adentras en la maraña de callejuelas de una vieja ciudad marcada por los giros de la historia a lo largo de los siglos. La Luna vigila sus dominios desde su columpio, balanceándose de un extremo al otro del horizonte. Esta noche se siente serena, y mantiene la quietud en las calles. Todo es silencio, excepto tus propios pasos. Es un silencio angustioso, ¿la calma que precede al desastre?

Sigues avanzando, observando los detalles entre las sombras. Las formas caprichosas de la barandilla de un balcón. La tenue luz de una farola que se extingue en cada centímetro que intenta ganar a la oscuridad. El sonido del postigo de madera a medio descolgar, chocando contra el marco de la ventana, en el segundo piso de una casa blanca con las paredes agrietadas. Una hoja reseca que pasa entre tus pies impulsada por una ráfaga de viento.

El mismo viento que trae hasta ti el sonido de una respiración extraña. Te sobresaltas. Está detrás de ti... ¿o se encuentra justo delante, al girar aquella esquina? Te detienes, esperas, escuchas atentamente... nada... reemprendes la marcha, más despacio... ¡otra vez! Tu corazón late con más fuerza. Intentas prestar atención, pero tu propia respiración no te deja distinguir con claridad.

¿Deberías retroceder? ¿Salir corriendo? Avanzas un par de pasos torpes y pesados. Dudas. No logras arrastrar tu pie derecho ni un solo centímetro más. Tampoco te decides a volver sobre tus pasos. ¿Hay algo ahí? Cierras los ojos, no puedes verlo... no sueñes, no pienses... La oscuridad hace presa de ti, y el miedo despliega sus redes. Tu brazo topa con una pared sucia y fría. Apoyas tu espalda y te dejas caer hacia el suelo. Permaneces allí acurrucado. Tratas de escuchar, pero no oyes nada, sólo ruido, un ruido ensordecedor, dentro de ti. Aprietas los puños y los dientes. Sientes un sabor salado en la punta de tu lengua... es tu propia sangre, has debido morderte el labio... ¿cuándo fue la última vez que comiste algo?

Un zumbido junto a tu oído te provoca un escalofrío que recorre todo tu cuerpo. Otro sobresalto. Abres los ojos de golpe. Estás mirando al cielo... y allí está ella. La diosa plateada sigue velando por la seguridad de sus criaturas de la noche.

Vuelve la calma... sonríes, e imaginas la cara de imbécil que debes tener en este momento... despreocupado, continúas caminando, sin prestar atención de si avanzas hacia un nuevo recodo del laberinto de calles, o si vuelves hacia el lugar del que partías...



(TEE7H1NG - 19/03/2006)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ese es el miedo, te atrapa con sus cadenas hasta que elige otra víctima y a ti te deja seguir tu camino.
Buen relato.